humildad

Abre tu mente y tu corazón igual que un niño, recuerda que mente y corazón son como un paracaídas, si no los abres, no funcionan.

Ábrete a lo nuevo con confianza. Observa si te hace sentir bien. Por ahí es.

¿Alguna vez has estado en silencio, con la mente muy quieta, escuchando todo lo que ocurre a tu alrededor?

¿Eres capaz de observar la foto de arriba sin juzgar? ¿Me lees a través de tus proyecciones, de tus ambiciones, de tus deseos, de tus miedos?

Si me lees a través de todas estas cosas, entonces no estás prestando atención, sino que estás escuchando tu propia voz.

Prestar atención tiene sentido cuando no proyectamos nuestros propios deseos.

Deja de lado los prejuicios, los pensamientos, el ruido mental y los deseos propios y trata de leerme con sencillez, con quietud interna, con humildad. Observa tu atención relajada.

Solo con atención plena podemos oír la canción de las palabras.

Para descubrir algo nuevo, debemos empezar los viajes desnudos, libres de conocimientos o creencias, con una actitud de aprender, olvidando el saber.

Si quieres descubrir algo nuevo, de nada te sirve cargar con lo viejo.

Cuando tu mente está llena de conocimientos, de hechos, de creencias… actúan como un obstáculo, como una mochila, que te impide ver con claridad y abrirte a lo nuevo con plena confianza, como lo haría un niño.

Sólo una mente que no acumula está siempre aprendiendo. Sólo una mente sencilla puede comprender lo real.

Aprender viene del latín IN-PRE-HENDERE

Aprender por tanto viene de la palabra Hiedra. Cuando un árbol se llena de hiedra ya no crece y hay que prender, quemar el árbol.

¿Sobre qué tema te gustaría aprender, profundizar? Permite que aparezca cualquier cosa en la pantalla de tu mente sin juzgar.
En tu proceso de aprendizaje, ¿que creencias o pensamientos crees deberías quemar para poder avanzar?

En mi opinión, no estamos en la sociedad del conocimiento, sino en la sociedad del aprendizaje y sólo sobrevivirán los más generosos y amorosos, aquellos que estén dispuestos a aprender algo nuevo cada día.

¿Cuáles son las dos cualidades que más valoras en el ser humano?

Yo, sin lugar a dudas, me quedaría con la humildad. Cuando estudio a las personas que han tenido éxito, observo que todas ellas poseen el valor de la humildad.

En su etimología, la palabra humildad nos refiere a lo esencial, a la tierra. Porque la palabra humildad procede del latín humilis y ésta a su vez de humus: aquello de lo que la naturaleza se desprende y que a su vez la enriquece, la fertiliza y la hace crecer.

Humildad no significa no tener autoestima.

Humildad, para mí, implica tener consciencia de que es mucho más lo que ignoramos que lo que conocemos. Como bien decía Einstein, “un verdadero genio, admite que no sabe nada”.

La humildad nos habla de liberarnos de lo accesorio para poder desarrollar lo esencial.

Nos invita también a darnos cuenta de que son precisamente nuestras limitaciones las que nos hacen humanos y que, gracias a ellas, podemos tomar conciencia de lo que nos queda por hacer y por crecer.

Por ese motivo, la expresión sincera de la humildad no es signo de ingenuidad o debilidad, más bien todo lo contrario, lo es de lucidez y de fuerza interior.

Lejos de ser frágil, la humildad nos muestra la grandeza de la persona que la manifiesta, precisamente porque nace del sentimiento de la propia insuficiencia: siempre hay algo o alguien de quién aprender, siempre es posible hacer las cosas mejor, siempre uno puede cuestionarse el valor y sentido de lo que está haciendo en su vida personal y profesional, y desde allí enfrentar nuevos retos, desarrollar nuevas habilidades, aprender nuevas lecciones o construir nuevos puentes.

Afortunadamente, la riqueza que genera la humildad no se apalanca en la droga del éxito que tanta adicción genera y que es como un pozo sin fondo. Una droga que actúa como la zanahoria que se mantiene a distancia constante de la nariz y que hace que el burro tire del carro hasta que revienta de puro agotamiento, movido por una quimera.

Su expresión se manifiesta en las pequeñas cosas, en los detalles, en códigos de comunicación para nada aparatosos, sino sencillos y básicos pero de enorme valor para el que los recibe. Así, esos detalles humildes se convierten en regalos que son acaso aquellos a los que damos más valor, porque son auténticos.

Con el tiempo son estos obsequios los que recordamos con la perspectiva que nos va dando la vida y sabemos que esos, y solo esos regalos son los que quedan porque están en la memoria, más allá de la materia, y nada ni nadie nos los puede quitar.

Saber escuchar, brindar a alguien nuestra receptividad silenciosa, acallando nuestra propia necesidad de hablar, abriéndonos a la necesidad del otro de saberse atendido, acompañado, respetado, es sin duda un gesto de humildad que fertiliza la relación y enriquece el valor de la amistad.

También, una simple sonrisa sincera nos lleva a la complicidad, al juego.

La gratitud es también un precioso regalo que nace de la humildad y del reconocimiento del otro. Con ella crecen las dos partes que han compartido el intercambio amable.

Y qué decir de las caricias, de la ternura. Ellas son en su esencia pura humildad pues nacen de la piel, de la desnudez y nos remiten a lo esencial. En ellas nos re-encontramos y expresamos lo que las palabras no alcanzan a nombrar.

También saber callar es un valioso regalo humilde.

Dejar al otro en soledad cuando ese es su deseo.

Librarle del consejo que no desea, de la ayuda que no ha solicitado o de la compañía que en ese momento le estorba y que a veces nos cuesta tanto entender porque nos supone aplicarnos a nosotros la misma receta y atender a ese silencio o soledad tan temidos hoy.

Respetar la necesidad de soledad del otro puede ser un gran regalo que nace de la humildad en este tiempo donde uno de los mayores bienes escasos es el silencio y la tranquilidad.

La lista de “regalos humildes” pero de enorme valor sería interminable. Abundan por doquier, son económicos y fertilizan toda relación, es decir, son prósperos porque nutren la esencia, el ser del que los da y del que los recibe.

No necesitan objeto material de intercambio y solamente dependen de nuestra disposición hacia el otro, incluso hacia nosotros mismos.

Por ello, vale la pena ponerlos en práctica, porque además son sumamente saludables: estimulan la imaginación, la confianza, el respeto, el compromiso y la alegría entre muchos otros activos “intangibles”.

Humildad es saber que la persona que está delante merece todo el respeto del mundo por el mero hecho de serlo, al margen de que disponga o no de una tarjeta de visita panorámica o un currículum de varias páginas.

La humildad es la capacidad de aceptar lo que la vida nos manda y de confiar en que eso que nos manda es para nuestro crecimiento y aprendizaje, aunque no seamos capaces de entenderlo.

Por eso quién es en su corazón humilde… fluye con la vida y se deja mecer y guiar por ella.

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